Un ardid del tiempo: el mañana se
opaca por la historia del ayer, y me envuelve en una maraña de sentimientos y proyecciones
en el hoy.
Me veo en una encrucijada desde
donde, lo que miro, me lleva por senderos desconocidos pero seguramente
complejos. ¿Qué hacer? Me pregunto. No lo sé. Bueno, no es tan exacto ese “no
lo sé”. Sin necesidad de escudriñar demasiado en mis pensamientos, se que
debería hacer. Darme la vuelta y no volver atrás. Tan simple como eso. Caminar,
y deja que el viento se lleve ese hoy efímero. Y verlo así, como un soplo de
viento pasajero. Si tan solo iniciase el recuento racional de por qué debería
de dejarlo ir, empiezo a acumular en demasía razones que justificarían esa decisión.
Es lo más sensato, es lo más sabio, es lo “correcto”, es lo mejor para todos,
es lo que nos ahorraría un daño a todos los que, sin querer y los que queremos,
puede dejarnos huella. Nadie entendería el
cómo, el cuándo, el por qué. Nadie. Ni yo mismo lo entendería. Las secuelas
colaterales podrían llegar a tener envergaduras de difícil acepción, y dejarían
de ser colaterales para convertirse en primordiales.
Todo mi raciocinio me implora que
me retire. Entonces…. ¿Por qué tengo esa sensación que nace desde un lugar en mí
ser íntimo que me dice que no lo haga? ¿Por qué mi inconsciente me grita que no
me de la vuelta? ¿Por qué? Es tan sencillo entender todas las razones por las
cuales no debería seguir ni tan siquiera evaluando la decisión, y darme la
vuelta y correr para nunca volver a pisar dichos lares. Como si no me diera
cuenta que ni tan siquiera el sendero posible es llano; todo lo contrario. Ni
siquiera depende de mí. Depende que alguien más tome una decisión, que un
tercero la acepte, implica que yo también tome una decisión y que un tercero la
acepte, que luego, un sinfín de cuartos y quintos y quien sabe quiénes más lo
acepten, o por lo menos, no lo empañen. Tan claro es el camino que me cuesta
entenderme; no termino de aceptar como, pudiendo vislumbrar tan cerca la bruma
que se levantaría de lo farragoso que se tornaría el andar, mi yo interno me
dice que no siga mi racionalidad. ¿Cómo es posible que, viendo todo lo que
puede darse, mi inconsciente me diga lo que me está diciendo?
Suspiro, me levanto, miro al
vacio fijamente, cierro los ojos, y me traslado a esa noche mágica. Sin darme
cuenta, tengo dibujada una sonrisa en mis labios, al tan solo iniciar a
recordar esa ¿noche? Desde el inicio no fue fácil. Tuvo alguna pequeña dificultad
el poder verla.
El camino que lleva a su hogar lo
tenía bastante claro, a pesar que hacía varias lunas que no lo recorría. Al
acercarme a su casa, empecé a sentir como se aceleraba mis palpitaciones. ¿Y si
no estaba lista? ¿Y si en el último momento me decía que estaba indispuesta y
que no podría ir ya? ¿Y si, al abrir la puerta, aparecía en un vestido negro,
sobrio, como reaccionaria a ello? ¿Podría disimular? ¿Debía darle algún
cumplido al verla? Pero, ¿y si lo tomaba erradamente? Al llegar me plante ante
el pórtico finamente tallado en piedra que da el ingreso a su casa. El remarco
de piedra da una antesala para un portón de madera de dos hojas, con un medio
arco en su parte superior y una pequeña ventana por donde atisbar a los
visitantes. Toco la campana, y en unos segundos escucho movimiento dentro de la
casa y un lejano taconeo, lo que me hace pensar que se acerca la puerta. Abre,
y el farol que cuelga del techo, con su tenue luz, me hace dar un paso atrás para
poder ver como se perfila su silueta. La luz no me deja verla en su totalidad,
pero puedo ver que lleva un vestido negro –sobrio-, si mayor adorno para no
opacarla, unos tacones negros, un pequeño bolso en su mano, y de adornos únicamente
lleva unos aretes que brillan tenuemente a luz. Difícil no decir nada, pero sabía
que no debía hacerlo. Al darle el beso de saludo, pude percibir un aroma a
primavera; un perfume que, sin ser muy llamativo, permitía sentir un aroma a
juventud, frescura y alegría en ella.
Nos dirigimos a donde debíamos
ir. Es curioso, hay detalles que se escapan de mi memoria, y es porque no los
considero relevantes. No recuerdo hacia donde íbamos, pero sí que estaba en su compañía.
Para llegar al primer destino, era menester caminar en un camino empedrado,
rodeado de cultivos de café en ambos lados. La noche estaba oscura, y la luna
estaba oculta tras las nubes. Luego de unos pocos minutos, decidió quitarse los
zapatos para no caerse. Me tomo del brazo, y me permitió ayudarla a llevar los
zapatos. No se cuento tiempo transcurrió, pero me sentía extasiado de poder
caminar, junto a ella, de una forma tan natural, tan simple, tan sencilla, sin
complicaciones, en medio de la oscuridad rota eventualmente por algún destello
de luz. Llegamos a nuestro destino. Luego de un rato, pudimos colocarnos en una
esquina, al fondo del jardín. No recuerdo cuanta gente había, ni quiénes eran,
ni por que estaban allí. Lo que quería era escucharla. Platicamos, conversamos,
reímos, nos hicimos confesiones y nos dimos ánimos. No sé cuánto tiempo transcurrió.
El tiempo, como siempre, es tan corto y tan longevo. El tiempo que transcurrió fue
el suficiente para ver un atisbo del alma del otro. Cuando nos dimos cuenta, éramos
casi los últimos. Partimos, sabiendo que los que salíamos no eran los mismos
que ingresaron. Durante la conversación, se rompió el velo que cada uno tenía y
pudimos vernos al cerrar los ojos. Cuando su mano tomo mi brazo, lo supe. Lo sentí;
no fue necesario mediar palabra alguna. Lo sentí.
Caminamos sin rumbo, platicando
de la vida, de ella, de mí, de los demás, de ellos, de nosotros, del mundo, y
de cuanto tema pudimos. Bailamos. Antes de partir, las nubes se habían
disipado, y la luna estaba en su apogeo. Nos dirigimos a la plaza mayor. Me permitió
cargarla para que ella ingresara a ésta. El tomarla en mis brazos, cargarla,
sentir como se colgaba de mi cuello, no por inseguridad sino por deseo, sentir
como su rostro se escondía en mi hombro pero sabía que estaba sonriendo y
gozando el momento, me hizo darme cuenta que en mis brazos postraba una Mujer
con todo lo que la palabra implica. Una mujer que no le ha sido fácil todo en
la vida. Ella ha sufrido desde muy joven, lo que ha hecho que valore más que
otros la vida, los momentos, lo que tiene y lo que no tiene. Una mujer que
cuando decidió ser madre lo acepto con todo y lo que ello implicaba, sin
saberlo en su justa dimensión, pero se hizo esa promesa y la ha cumplido como
toda una mujer. Esa mujer que decidió valerse por sí misma, y de madrugada
repasaba, con un bebe en brazos y un libro en el otro, la lección del día
siguiente. Esa mujer que decidió proseguir con el emprendimiento de la familia,
y gracias a su esmero lo ha llevado a buen término. Esa mujer que, un día dijo
que quería conocer el mundo, e inicio la travesía por los océanos, sin nunca
olvidar de donde viene, quien es ni a donde desea regresar. Esa mujer que sabe
lo que es cuidarse, y se preocupa por ella misma más no por vanidad sino por
salud. Esa mujer que, posee un cuerpo envidiado por muchas y que sabe cuando
ocultarlo y cuando dejar entrever el esbozo de la dicha que la naturaleza pinto
en ella. Esa mujer que, así como se va de fiesta, se levanta al alba para
atender sus responsabilidades elegidas libremente y que con templanza, dice un
no o un sí. Esa mujer que llevo en mis brazos y a quien empiezo a ver como tal:
Mujer.
Detenemos el caminar junto a la
fuente. Varias luces bailan y se reflejan en el agua. La música de fondo
envuelve el ambiente. Los fuegos artificiales surcan el cielo, y podemos ver,
tomados de la mano, como las luces rompen la oscuridad y pintan por unos leves
instantes figuras, sueños, emociones. Conforme el espectáculo se acerca al
final, escuchamos la novena sinfonía de Beethoven: “… El canto alegre del que
escucha un nuevo día…busca hermano mas allá de las estrellas…”. Tomados de la
mano, nos vemos, y ella lentamente se acerca a mí. Sé que estoy en un momento
definitivo, en donde puedo darle un abrazo, y seguir con nuestras vidas como ha
sido siempre. Decido hacerlo, le doy un beso en la mejilla, lento, tierno, y la
abrazo. Ella se ancla a mí con sus dos brazos alrededor de mi cuello, y la
siento tan cerca que no logro definir donde esta ella y donde estoy yo. En ese
momento estoy pensando lo que valoro la amistad de esta Mujer, lo que la he
llegado a querer y lo importante que ella ha sido en mi vida –aunque ella no lo
sepa-, lo que puede implicar un beso. Pienso que a estas alturas de la vida ya
no vale la pena arriesgar tanto por tan “solo un beso”. La aprieto un poco más,
y le doy nuevamente un beso en la mejilla. Le tomo su rostro con mis dos manos,
y le doy un beso en la frente. Me mira fijamente y me abraza. Se queda envuelta
en mis brazos, y trato de cubrirla con ellos. Me siento confundido. ¿Qué me
pasa? Hice lo que mi racionamiento me dicto. Pero, ¿será que por la embriaguez
del momento esto está sucediendo? ¿Será que soy solo yo y ella lo que busca es
un escape?
Pasa una eternidad, y ella se
empieza a separar. No quisiera que lo hiciera, pero se está alejando de mis
brazos. Me toma la mano izquierda y empieza a acariciarla con suma dulzura.
Luego, toma la mano derecha y hace lo mismo. Estamos allí, de pie, a la luz de
la luna, frente a la fuente de la plaza, viéndonos uno a otro más allá de las
pupilas. En ese momento, sucumbe mi raciocinio y poco a poco, conforme ella se
acerca, yo la espero. Estoy claro que, no soy el adolecente irreflexivo de hace
algunos lustros; estoy claro que si ella llega a mi no podre decir no, y que
ese momento podría ser el hecatombe… o tal vez no. Me dejo llevar por ese
murmullo que ella tiene en su semblante, y cuando sus labios tocan los míos
puedo sentir como ella ingresa en mi alma, en mí ser mas intimo. Sus labios
postrados en los míos, tiernos, suaves, lentamente se mueven para darme un beso
y buscan ser correspondidos. Con cautela, empiezo a besarla, de igual forma. Su
aroma a primavera esta más cerca aun; su ternura está envuelta en sus manos al
acoger las mías. Su aroma de mujer entra por mis labios al estar junto a los de
ella. Poco a poco, ese tímido beso empieza a perder la timidez y se empieza a
desenvolver, y busca, desea un poco más. Luego de un tiempo que pudo ser unos
segundos o varios minutos, nos separamos, temblando un poco, sonriendo,
gozosos, de lo acontecido. En ese momento, se congela en mí su semblante, con
esa cara redonda, hermosa, y sus ojos cafés observando a través de los míos. Su
pelo en un corte que me eriza, el viento irrumpiendo su cabello y haciendo que
ondule al vaivén de sus rugidos, sus manos más pequeñas que las mías sujetándonos.
Pude sentir como ambos somos perfectamente imperfectos, y que ambos tenemos
dolencias de carácter, defectos, ambos podemos ser explosivos, ambos podemos no
ser el idóneo para el otro, pero también sentí que, ambos podemos hacer que el
otro quiera ser una mejor persona por el hecho de estar juntos, y como ambos
podemos llegar a complementarnos, amarnos y a mantener esa chispa a lo largo de
los años para que, cuando lleguen los cabellos blancos, podamos caminar tomados
de la mano, a la orilla del mar, escuchando el oleaje y sintiendo la arena en nuestros
pies, y decirnos que hemos sido privilegiados de poder compartir nuestra
felicidad con el otro. En ese instante, el ayer dejo de existir y el mañana es
un estadío tan lejano que no vale la pena pensarlo. Solo existe ese momento,
ese instante, ese lugar, esa sensación, donde nos hemos fusionado y donde he
sentido su calidez de mujer.
Hoy, heme aquí. ¿Qué debo hacer?
Veo lo complejo de proseguir lo
que proceda, pero no deja de repicar en mi corazón la pregunta: ¿y si ella es? No
lo sé… lo vale…. Posiblemente.